Pero aceptando la idiosincrasia de nuestro mundo, sufriré. Para una persona como yo, osease, una inútil en las relaciones sociales, es bastante desagradable y estresante tener que enfrentarse a una situación donde todo es nuevo, donde el idioma que te rodea te queda bastante ajeno, donde valentía y desparpajo triunfan por encima de la vergüenza y la timidez, donde tienes que conocer gente que quizás no decidirías conocer en tu territorio y donde tendrás que vivir, tanto si te gusta como si no, un mes entero.
Por éso, ante semejante ataque a mi cerebro antigregario, he decidido (yo, y la persona que tendrá que aguantar mis quejas y sufrimientos por teléfono/internet durante todo el mes) pasar un bonito fin de semana de relax y placer en Barcelona.
Básicamente, el plan consistía en hacer un poquito de turismo, disfrutar de una bonita estancia en un hotel de 4 estrellas y, ante cualquier otra cosa, comer. Sí, digámoslo claro, hemos venido aquí este fin de semana a comer como si no hubiera un mañana: paella espectacular en la Barceloneta, con postre exquisito (y ultracalórico) después, cruassant espectacular y chocolate para merendar, y cena de nivel en el hotel; éso sí, con tres bolas de sorbete para desengrasar. Se ve que biomanan no les quedaba.
Y mañana domingo, desayuno buffet en el hotel, comida en un italiano y merienda en una cafetería ya elegida expresamente. Con un par.
El tema del turismo era la excusa perfecta para jalar sin remordimientos.
El tema del hotel... 4 estrellas: sí, pero no. El problema es el de muchos hoteles de este país: poner por delante siempre al turismo extranjero, y las sobras para los de aquí.
Y no, no me ha poseído el fantasma de Josep Anglada. La cosa es que si ves que la piscina del hotel, chulísima, en Barcelona y con 27 grados bien buenos, cierra a las 6 de la tarde... mal vamos. Cuando ves que el restaurante para cenar abre a las 8 de la tarde y cierra a las 10 y media... algo raro pasa. Que el desayuno acabe a las 10 y media... quizá sea más culpa de nuestra vaguería que del horario internacional, vale. Pero que la terracita del hotel para tomar una copa por la noche cierre a las 12 de la noche ya es para plantarse.
Todo ello con camareros y recepcionistas casi extrañados de que venga alguien hablando otro idioma que no sea el inglés, y extranjeros por todas partes.
Todo ésto es muy bonito pero hacen que el hotel en cuestión quede un poco alejado de esas 4 estrellas anunciadas.
Pero como aquí hemos dejado claro que hemos venido a comer, para ser justos, la cena era excelente.
Así que éso es todo, voy a disfrutar de mis últimas 24 horas de relax disponibles, antes de pasar a estresarme este lunes por cómo hacer una maleta para un mes entero con una limitación de peso de compañía low-cost. Bonito tema para comentar en otra entrada, por cierto. Lo del low-cost, no lo de la maleta.
Sed buenos, y comeos algo a mi salud.