Mis neuronas están descansando en su tierra de origen. Volverán igual de fritas, éso seguro, pero al menos con un frito un pelín más saludable, porque comenzaban a estar requemadas.
Básicamente nos estamos dedicando a dormir más de lo habitual, recordar lo que es vivir con una madre al lado (la naturaleza es sabia), y salir de fiesta.
Si me conocéis, sabréis que una de las tres cosas seguramente sea mentira. Realmente lo es, porque las fiestas y yo estamos en polos opuestos. Pero ayer tuve la sensación de estar haciendo la ruta del bakalao.
Lunes por la tarde, madre e hija se dirigen a pasar unas bonitas horas llenas de amor y consumismo. Centro comercial, vestidas de verano. Estamos situados.
Entrar a las tiendas es toda una experiencia sensorial:
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Frío: probarte un jersey o una bufanda de nueva temporada se convierte en el placer más absoluto. Podríamos haber comprado en el super unas barritas de merluza pescanova para cenar y no se nos hubieran descongelado, con éso lo digo todo.
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Oscuridad: en las cuevas de Altamira hay más luz que en un pull&bear. No distingues ni formas ni colores.
Según mi madre, hecho a propósito para comprar al tuntún. Vale, sí, pero si se pasan igual la jugada les sale mal porque las chicas consumistas ya estamos atontadas, ya, pero si al llegar a casa descubres un jersey de hombre en lugar del vestido vaquero que querías, igual lo acabas descambiando (o no, y te pones el jersey a modo de vestido, un cinturón apretado, y te conviertes en it girl).
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Música: dicen que la música amansa a las fieras, pero la música de cabecera de las tiendas de ropa consiguen más bien sacarme la fiera que llevo dentro.
Todo el mundo conoce al típico alternativillo que te dice "en las discotecas no se puede hablar, está la música muy alta". Muy bien, y en el cine no se puede leer, porque están las luces apagadas.
Pero claro, vamos bien si ahora resulta que en las tiendas de ropa tampoco se puede hablar, donde la figura del "consultor" es básica (básicamente madres o amigas, a las que nunca haces caso con su consejo, y la única diferencia que hay entre ellas es que a unas se lo dices abiertamente, y a otras se lo maquillas en plan "es muy mono, pero más para ti que para mi, yo no me veo").
Yo creo que llegará el día en que tengamos que relacionarnos con gestitos, tipo ligue de discoteca: si me guiñas el ojo, quieres una talla más. Si me tiras un beso, menos. Si me sonríes pavoneándote, que te lo compre porque tú no tienes pasta.
Evidentemente ésto sería posible sólo en tiendas donde el fenómeno Altamira no haya triunfado aún.
Lo que tengo claro es que la próxima vez que vaya a comprar, pienso pedir un cubata con el ticket de compra. Ya que me hacen pagar 20 euros por un trozo de tela que ha fabricado una niña china por 5 céntimos, al menos que me incluyan una consumición.
Nada más por el momento. 4 horas y media de compras sólo han dado para una reflexión insulsa como ésta, pero es que lo de dormir más de lo habitual no era mentira, y estoy sufriendo un síndrome Cesc Fàbregas del que me costará desprenderme.
P.D.: Para la próxima entrada, id preparando horno y cocina, que llega la primera receta del blog. Y no, no son sesitos fritos.